jueves, 26 de marzo de 2009

La ceremonia de Nora


Viviana Taylor


A Nora Cortiñas,

y con ella a todas las madres y abuelas que honran la vida.



Erguida más allá de lo que su pequeñez parecería sostener, y a los saltitos –como andan los gorriones-, cruzó el recodo del pasillo donde la estaba esperando. Me extendió sus brazos, y con ellos su sonrisa. Cruzamos algunas palabras, con las que traté de mal disimular mi emoción por verla. Y ella, toda alegría y gratitud por haber sido invitada.
De pronto, en un gesto casi imperceptible, cerró sus ojos mientras aspiraba profundamente. Cuando retomó su marcha hacia el final del pasillo, con ese único gesto, todo el escenario se había transformado.


El bullicio de niños en pleno trabajo escolar que se colaba –casi con prepotencia- por las puertas abiertas, no hacía más que profundizar el silencio absoluto de sus pasos. Como quien se desliza a través del aire, llegó hasta la silla acomodada junto a la puerta del último salón, frente a la cual se detuvo. Apoyó su bolso, lo abrió, y volvió a cerrar sus ojos. En ese momento me di cuenta de que se me iba a revelar una ceremonia sagrada. Y con la misma reverencia con que se asiste a los ritos preparatorios de la Eucaristía, incliné mi cabeza en señal de pudoroso respeto.


Sus manos mínimas y un poco temblorosas penetraron en el tabernáculo de su bolso y dieron a luz la foto plastificada de su hijo, que pendía de una cinta inmaculada. La besó y colgó alrededor de su cuello.
Sus manos mínimas y un poco temblorosas penetraron por segunda vez en el tabernáculo de su bolso, y esta vez dieron a luz un pañal de tela de un blanco impecable -bordado en azul con punto cruz- que ató -sin necesidad de espejo- prolijamente a su cabeza , con la precisión de lo que se repite durante tantos años, cotidianamente.
Sus manos mínimas y un poco temblorosas se acercaron por tercera vez al tabernáculo de su bolso, y lo cerraron. Volvió a erguirse más allá de lo que su pequeñez parecía sostener. Volvió, en un gesto casi imperceptible, a cerrar sus ojos mientras aspiraba profundamente. Y volvieron la sonrisa y los saltitos de gorriones.


Así entró al último salón, el del final del pasillo, en el que un grupo de futuros maestros la escuchó durante dos brevísimas horas desandar los caminos de su memoria y sus apuestas al futuro.