sábado, 4 de abril de 2009

La edad de la orfandad

Viviana Taylor



El problema no son las canas, a las que meticulosamente he ido cubriendo con incontables manos de tintura roja con el mismo ahínco con que han decidido ir apareciendo.
El problema no son las arrugas, cuyo avance he logrado contener a fuerza de sacrificar ejércitos de crema, y le han otorgado un cierto carácter a mi cara. Esa misma que de joven me resultaba un tanto insulsa.
El problema no son los años que se acumulan y pesan en mi cuerpo, porque por esas aparentes paradojas de la vida –que es sabia, y compensa- le han dado cierta liviandad a mi espíritu.
El problema no es haber dejado de ser una joven promesa que no se concretó, porque alcancé otras cimas que no había osado imaginar.


El problema son los que no están. Las ausencias que se multiplican. Las voces que ya sólo oiré en mi memoria como un eco, hasta que se vayan apagando definitivamente.
El problema es ir quedándome sin mayores, sin los que atravesaron antes los mismos desiertos y son testimonio de que se puede encontrar un pozo con agua, y de que no es cierto que se necesiten atajos para llegar. De que no todo es cuestión de apresuramientos. Ni siquiera de tener éxito.
El problema es tener que reconocerme huérfana en tantas dimensiones de mi vida, la evidencia de la mortalidad de mis referentes. Que ahora son mis muertos.
El problema es tener que decidirme a hacerme cargo de la herencia. Y honrarla, contribuyendo a que el legado pase de manos enriquecido.
El problema es que ahora, justo cuando me estoy quedando sin padres, me reclaman mis hijos.

El problema es que, ahora, soy ellos.